Hasta donde quieres llegar piensa
De vez en cuando, tu oirás decir: «Ya no, gracias, he llegado a mi límite», en alguna reunión en donde se le ofrece a alguien la cuarta o quinta copa de alcohol. Claro, eso si no se tiene especial gusto por «la cruda» realidad que le puede seguir a la ingesta continua de alcohol. Pero, ¿Qué tal si se tratara de la Copa de la Vida? Supongamos que no se trata de alcohol, sino de Vida. ¿Entonces, existiría un límite? ¿Acaso alguien logra encontrar límites a su propia vida? Pues temo decepcionado al decirle que ¡sí! Tristemente existen personas que ponen un límite a sus vidas. No crea que me refiero a suicidios literalmente hablando, me refiero a suicidios emocionales. Recuerdo alguna ocasión, hace muchos años, en la que iba caminando por un parque cercano a mi casa y alcancé a escuchar cómo una madre le gritaba a su pequeño hijo: «¡cuidado hijo!, no te emociones tanto, ya no te emociones, recuerda que cuando te emocionas así te enfermas después». ¡Ves lo que te digo! Existe gente que insiste en poner (o ponerse) límites cuando la vida humana es de un potencial ilimitado.
Permíteme comentarte algo más. Hace un par de años tuve la dicha de contar en mi vida con un gran suegro, me refiero al papá de mi novia en aquel entonces. Era un viejo fantástico al cual llegué a apreciar mucho. Una ocasión, mi suegro, con franca intención de ponerme a pensar, me hizo la siguiente pregunta:
Contéstame, a fin de cuentas, ¿Qué es lo que te enseñan en todas las universidades, en todas las carreras?
¡Caray!, se me hizo una pregunta muy abierta y demasiado ambiciosa para tener sólo una respuesta. Recuerdo haberle dicho:
Bueno, pero dígame de qué carrera en específico, -a lo que me respondió:
No, no. No importa la carrera. ¿Qué es lo que enseñan en todas las escuelas?
insistió.
Pues no sé a qué se refiere -contesté.
¡Límites!, ¡límites!
Me dejó frío mi suegro con su respuesta. Te confieso que aquella preguntita acabó en una larga charla donde discutimos, dialogamos, aprendimos y demás. Imagínese, todo empezó a la hora de la comida y llegó la hora de la cena y nosotros seguíamos hablando de ese apasionante tema. Creo que en estas líneas resultaría absurdo que te hablara absolutamente todo lo que dialogamos en esa ocasión, pero sí te voy a comentar la conclusión a la que llegamos: «Efectivamente se nos enseñan límites». Ya sea en las universidades de pago, en las estatales o en la universidad de la vida. Esa fue la gran lección que aprendí aquel día. Reflexiona en cualquier límite (por no decir «miedos») de tu vida y te puedo garantizar que «alguien te lo enseñó» en alguna ocasión de su pasado. Definitivamente fue un aprendizaje. Eso es lo valioso en este proceso de «darse cuenta». Digo que es valioso porque todo lo que aprendemos lo podemos «desaprender». En ese cambio radica la esperanza. A varios de nosotros se nos dijo en más de una ocasión cosas tales como: «tú no puedes…, eso no es para ti…, esto es cosa de grandes…, tú no naciste para esto…, eso es sólo cosa de hombres…, no sueñes…, pon los pies en la tierra…, todo extremo es malo…, todo con medida…» etcétera. Todas estas advertencias, a la mayoría, les llegaron a convencer, y entonces, ¡dejaron de intentar! Empezaron a morir en vida.
En esta ocasión, en este momento para crecer, te quiero convencer de lo contrario. Dentro de ti radica un auténtico¡poder sin límites!Sólo necesita darse cuenta. El potencial humano no conoce límites, no existen auténticas barreras, sólo existen aquellas que nos enseñaron y que nosotros terminamos por creer. Como diría el escritor Wayne Dyer, «El cielo es el límite», es decir, nuestro horizonte llega más allá de lo que imaginamos.
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