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El Grial del Tarot

El ungüento de las brujas negras

abril 28, 2016

El ungüento de las brujas negras

Según rumores contemporáneos, las brujas mezclaban extremidades de niños hervidos hasta la descomposición, grasa, sangre, corazones de niños no bautizados, serpientes venenosas, lagartijas, arañas, un sapo que se había tragado una hostia bendita, huesos molidos de un ahorcado y todo un arsenal de hierbas tóxicas para elaborar, siguiendo las instrucciones que previamente les había dado el demonio, un ungüento con el que se untaban la cara y el cuerpo o embadurnaban un bastón; acto seguido alzaban el vuelo para acudir al aquelarre.

ANTIGUOS MODELOSB

¿Pertenecen estas historias a los anales de la oscura superstición o encierran una verdad? El ungüento que hace volar, al menos, no es una invención de la Edad Media. Apuleyo (siglo I) ya menciona en el tercer libro de su Asno de oro a la bruja Pánfila que se unta el cuerpo de pies a cabeza con una misteriosa pomada para experimentar seguidamente fuertes convulsiones extáticas, convertirse en búho y salir volando por la ventana emitiendo un terrible alarido.

COMPONENTES DEL UNGÜENTO
Las brujas eras sobre todo «mujeres sabias», conocedoras de las plantas. Sabían utilizar plantas peligrosas y potentes para curar y para alterar la conciencia. No cabe duda de que tomaban solanáceas y otras plantas de efecto psicoactivo.
Es posible que hayan preparado realmente ungüentos con dichas plantas, claro que sin los aditamentos fantasiosos y repugnantes que les atribuyeron las denuncias y la Inquisición.
Quizá la mezcla de componentes del ungüento medieval de las brujas entronque con una antigua tradición, pues hay indicios de que las salvajes ménades se embriagaban, con motivo de las orgías que celebraban en el culto de Dioniso, con oronja falsa, belladona o beleño. Dice la leyenda que se echaban en brazos de su dios con los ojos abiertos como platos, lo que podría ser debido a la ingestión de belladona.

LA TEORÍA ALUCINATORIA DEL VUELO DE LAS BRUJAS
Los eruditos italianos Gerónimo Cardano y Giambattista della Porta (1538-1615) fueron los primeros en registrar detalles sobre el ungüento de las brujas. Era la época del resurgir de las ciencias, y muchos experimentaban con los efectos de las plantas psicoactivas. De este modo, Cardano y Porta elaboraron una «teoría alucinatoria» del vuelo de las brujas: debido al efecto psicotrópico de las plantas utilizadas, lo que se producía no era un vuelo real, sino una enajenación mental. El ungüento o la ingestión de la planta creaban la ilusión de volar.

EXPERIMENTACIÓN
Algunos científicos atrevidos probaron el ungüento de las brujas en su propio organismo. El matemático francés Pierre Gassendi (1592-1655) fue uno de los primeros: experimentó con una pomada que contenía opio y describió vivaces visiones de vuelo.
En el siglo XX fue el etnólogo Will-Erich Peuckert, de Göttingen, Alemania, quien se untó el cuerpo con un ungüento de beleño, estramonio, napelo, belladona y amapola, de acuerdo con una receta de Giambattista della Porta, y registró sus vivencias: «Ante mis ojos danzaban primero caras terriblemente deformadas de seres humanos. Después tuve de pronto la sensación de volar millas y millas por el aire. El vuelo se vio interrumpido repetidas veces por profundas caídas. Al final vi la imagen de una orgía con grotescos disparates sensoriales».
También el biólogo Wilhelm Mrsich, quien ya experimentó con diversas recetas en la década de 1930, tuvo en una de estas pruebas un encuentro con figuras diabólicas y libidinosas alucinaciones que él comparó con la experiencia sensorial de Tannhäuser en el monte de Venus, y finalmente incluso le pareció volar a una orgía de brujas.

DICCIONARIO DE HIERBAS DE LAS BRUJAS
Los ingredientes del ungüento de las brujas eran principalmente clásicas hierbas mágicas: mandrágora, beleño (Hyoscyamus), belladona (Atropa belladonna), estramonio (Datura stramonium), napelo (Aconitus napellus). También las mucosas de determinados sapos, que contienen alcaloides, figuran entre los componentes del ungüento. En algunos casos aparece asimismo la amapola (Papaver somniferum).
Especialmente, el beleño era un importante ingrediente: esta planta tiene flores amarillas o verde-amarillentas con venillas violetas y esparce un aroma penetrante. Los tallos y las hojas están cubiertos de pelos glandulares pegajosos. Los egipcios ya la conocían, y en Grecia y Roma había brebajes mágicos enriquecidos con extractos de beleño. En la Edad Media, el beleño se empleaba para calmar los dolores. Importantes principios activos de la planta son los alcaloides tropánicos hiosciamina, atropina y escopolamina. Esta última es la que tiene más efectos alucinógenos.

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BELLADONA
Esta planta crece en suelos calcáreos en medio del bosque y antiguamente también se llamaba «baya de las brujas». Muy ramificada, puede llegar hasta los 90 cm. de altura. De las flores de color del óxido salen bayas negras brillantes. Todas las partes de la planta son tóxicas. El extracto de las hojas se emplea contra los calambres y para dilatar los vasos sanguíneos y las pupilas.
Alrededor del año 1035, los escoceses, capitaneados por Duncan I, derrotaron al ejército noruego haciéndole llegar alimentos contaminados con belladona. La hiosciamina es el principal alcaloide de efecto psicoactivo que contiene la planta. La concentración de alcaloides es más elevada en las bayas.

UNA HIERBA MUY ESPECIAL: EL NAPELO
Un componente de muchos ungüentos de las brujas era también la planta sumamente venenosa llamada napelo o acónito (Aconitus napellus). Contiene el alcaloide aconitina, uno de los venenos más potentes del reino vegetal, que está muy concentrado en el tubérculo.
Según la leyenda, el napelo nació de un espumarajo del can Cerbero cuando Hércules lo sacó a rastras del infierno en el montículo de Akonitos, en Pontos.
En la Edad Media se plantaba el napelo en los huertos de los monasterios.
Según el filósofo y teólogo Alberto Magno (1193-1280), esta hierba va bien contra la lepra. El médico y alquimista Paracelso (1493/1494-1541) la empleaba como laxante.
Hoy en día, el napelo se emplea en homeopatía, con su nombre latino Aconitus, sobre todo para tratar trastornos psíquico-mentales como angustias y fobias.

He aquí algunas fórmulas de los ungüentos para volar, obtenidas de diversos grimorios anónimos:

Receta 1:

Grasa de cerdo sin sal: 100 gramos.

Hachís: 5 gramos.

Raíz de eléboro pulverizada: 1 cucharilla.

Flor de cáñamo: 1 cucharilla.

Flor de amapola: 1 cucharilla.

Receta 2:

Grasa de cerdo sin sal: 100 gramos.

Hachís: 5 gramos.

Flor de cáñamo mezclada con flor de amapola hasta llenar el recipiente.

Semillas de girasol trituradas: una cucharilla.

Raíz de eléboro triturada: una pizca.

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Receta 3:

Extracto de opio: 25 gramos.

Extracto de betel: 15 gramos.

Extracto de cincoenrama: 3 gramos.

Extracto de beleño negro: 7 gramos.

Extracto de belladona: 7 gramos.

Extracto de cicuta: 7 gramos.

Aceite de cáñamo indio: 100 gramos.

Glucosa: 3 gramos.

Grasa de cerdo o vegetal como excipiente.

En los tres casos la preparación era muy similar: todo debía cocerse al baño maría en un recipiente tapado, durante aproximadamente unas dos horas. Después se retiraba del fuego y debía filtrarse antes de dejarlo enfriar.   A causa de la fuerte toxicidad de las drogas empleadas, esta última fórmula puede matar a quien la emplee, sólo con que se pase un poco en la dosis que se aplique sobre su piel.

Todas estas preparaciones tienen fuertes efectos alucinógenos al principio, y luego soporíferos. En la novela de la brujería satánica, la grasa de cerdo o vegetal se sustituye por grasa humana, claro está, e incluso de “niño sin bautizar”. La imaginación de los demonólogos, la población y los literatos solía agregar a esas simples mezclas de drogas con efectos psicotrópicos otros componentes espectaculares como extracto de sanguijuelas, corazón de zorro y gato, ojos de rata, alas de murciélago, hígado de serpiente, sangre de lobo, etc.

Las investigaciones realizadas en el siglo XX indican que los profesionales de la medicina natural y de la hechicería disponían de unas quince recetas diferentes, cuya base solía ser el aceite vegetal o grasa animal como soporte, hollín o carbón vegetal en polvo, y luego raíz de mandrágora, belladona, beleño, manzana espinosa, que mezclaban con opio, hachís o aceite de cáñamo indio. La escopolamina, uno de los alcaloides que contiene estas plantas “mágicas”, produce la sensación de que en el cuerpo de quien la ha absorbido crecen pelos o plumas a gran velocidad. El acónito, combinado con la belladona, por ejemplo, además de inducir al delirio produce una sensación de vuelo, y cuando se lo mezcla con otras sustancias psicotrópicas, acaba sumiendo a quien se lo ha aplicado en un sueño hipnótico, a cuyo despertar el drogado tiene la convicción de haber estado volando de manera efectiva, de haber vivido una experiencia real, y no de haber soñado que volaba.

Pero el empleo de esas drogas alucinógenas en la sociedad renacentista nada tenía que ver con el culto diabólico ni con la asistencia al sabbat: el llamado “ungüento de las brujas” servía para que lo consumieran los drogadictos de Europa occidental en el siglo XVI.  (…)

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