El grial es la mujer solar
«La divinidad eterna, la que representa el poder y la soberanía es una divinidad femenina, dice Markale en la Femme Celte. Esta feminidad eterna es la de la mujer-sol, porque el Grial es luz, de la misma forma que la mujer es luz, la luz del sol. La luz de la mujer-sol es de orden espiritual, sin duda alguna. Nuestra civilización busca la paz, la conciencia, la sabiduría, de la misma forma que busca a la mujer solar, la única que puede aportar la curación del rey actual, herido en su alma. Aquel que encuentra a la mujer solar, encuentra el Grial. La búsqueda del Grial sería una tentativa de restaurar la feminidad en su poder, poder usurpado por la violencia masculina dentro de una sociedad que se construye sobre la agresividad. Y esta búsqueda aún prosigue. Todos los rostros de mujer con los que se encontrarán los héroes del Grial se reducen con frecuencia a una sola y misma mujer que asume múltiples rostros seductores o repugnantes para instruirlos mejor, ayudarlos, amarlos. El ejercicio es terriblemente peligroso porque, por el momento, la mujer con frecuencia no es más que una caricatura del hombre y una caricatura de si misma. Para que el hombre la encuentre es necesario que prepare las condiciones de su paso, de su resurgimiento, por lo que es necesario que se despoje de una parte de su agresividad destructiva, de su angustia milenaria, de su deseo compulsivo por el útero-vagina. J. Markale muestra que la búsqueda del Grial entronca con una búsqueda de la mujer, con una búsqueda del útero de la Diosa Madre. Toda la historia de la búsqueda del Grial está jalonada de historias femeninas y de encuentros, pero los caballeros en ningún momento son conscientes de lo que verdaderamente buscan. Su objetivo está representado por una copa y una luz y podemos descifrar esta imagen como la de la feminidad sagrada o la de la mujer iniciada. El verdadero caballero es el que permitirá que la mujer reencuentre su verdadero rostro y le remita el ejercicio de la soberanía para el mayor bien de uno y otro. Esta soberanía que se ejercería en la vida y en el amor ya no tendría relación con la competitividad, se extendería como una onda benéfica y ensalzadora en el sentido de lo divino que está incluido dentro de lo humano. ¿Se trata, acaso, de que el hombre se convierta en ese Hijo de la Madre que eliminará al Padre para devolver su soberanía a la gran Madre, mujer eterna, múltiple, divina, que reina en los subterráneos del mundo y del inconsciente mientras espera recuperar su naturaleza iniciática y transformadora?»